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La hermandad (cofradía) del vino

Atualizado: 8 de set. de 2021



Me reclutaron en Brasil, en mi condominio, para participar en el elenco de la Confraria do Vinho, porque era chileno, de la región que produce vinos tradicionales, en esta parte del mundo. Mis queridos vecinos pensaron que debía tener un vasto conocimiento de las virtudes asociadas al vino: craso error. El caso es que había bebido, en toda mi juventud, cervezas, pisco y vinos low cost, los de caja o sueltos, vendidos a granel en las famosas botillerías chilenas.

En Londres, la beca permitía comprar escasamente algunos vinos españoles en oferta y, cuando llegué a Brasil, recuerdo que en los años 80 y 90 estaba lleno de aquellos vinos de “tres tiritones”: Forestier, Conde Foucault, Château Duvalier, Clos de Nobles, Granja União.

En la universidad bebíamos muchos vinos de la colonia italiana de Rio Grande do Sul, que nos ponían la boca azul (no había virus que osara a entrar); era un desfile de “botellas grandes” (pequeños chuicos) de la marca Sangue de Boi, JP, Bordô, Galiotto, Mosteiro, etcétera.

Nota del autor: hoy estos vinos de la colonia tuvieron un inesperado “plus”, al ser considerados productos “orgánicos”.

La cofradía (nuevo milenio) estaba llena de gente “experimentada” (tanto en la comprensión teórica y práctica del consumo del vino, como en la comida y en las cosas buenas, delicatessen de la vida. Todos, menos yo, eran bon vivants, gourmets y expertos en productos que hacían salivar inmediatamente. Las reuniones se programaban y seguían horarios bien establecidos. Todo el grupo se encontraba muy compenetrado en este quehacer. La organización variaba de un mes a otro, pero mantenía una secuencia básica, donde:

1. El anfitrión del mes nos recibía cariñosamente con antipastos delicados y selectos vinos espumosos o vinos blancos. Los mostos blancos, que para mí eran todos iguales, me sorprendieron, al entrar en contacto con las cepas Pinot Grigio, Chenin Blanc, Trebbiano Toscano, Gewürztraminer, Torrontés, Verdejo, Viognier, Roussanne, Riesling, Chablis, Tormes, Barito del Cervo, Traboquetto. ¡Era cosa de locos!

2. Al principio éramos trece o catorce individuos machos, pero el hígado se encargó de redondear en once, un digno equipo de primera división. A continuación, la acción principal era el análisis (a veces a ciegas) de los vinos tintos que traían los cofrades (o el sommelier - teníamos dos). En la hermosa mesa principal se exhibían las botellas ocultas en papel de aluminio: barolos, montepulcianos, españoles de La Rioja o de Ribeira del Duero, africanos, neozelandeses, australianos, Malbec, Bonardas, Tannats, Touriga, Alentejanos o Douro, vinos que no acababan nunca. Teníamos una ficha técnica en que cada uno debía comentar sobre apariencia-color, sabor, bouquet-aroma, año, acidez, tipo de cepa, calidad de los corchos, tipo y época de roble, si era nuevo o ya experimentado o si era húngaro, americano o francés.

Tras una breve introducción sobre el tema de uno de esos encuentros, en la que se explicaba la armonía de los vinos elegidos con la cena, el primer experto exclamó: “¡Qué belleza, este vino está muy bien estructurado y mineralizado!”. Entonces pensé: qué avanzados eran estos vinos que contenían partículas minerales micro o nanométricas. Pero, en cuanto a si el vino está “estructurado” o no, ello fue un duro ataque a mis conceptos de las ciencias de la ingeniería.

Yo permanecía muy callado, para entender y escuchar lo más posible, además de parecer “entendido en el tema”. Desde un rincón algo oscuro, otro estuvo de acuerdo, pero resaltó una cierta acidez y un corto tiempo de crianza en las barricas, aunque este era francés y no húngaro. También dijo que no era redondo (me moví nerviosamente en la silla), aunque el bouquet que engloba las mutaciones físicas y químicas durante el envejecimiento, era difícil de describir. Yo, a esa altura, tenía dudas de si estaba en frente de “conversadores o chuteadores” o que en esa “playa” era simplemente un ignorante.

Luego, otro conocedor alzó su voz fuerte y dijo: “Esta botella número 2 corresponde 100% a un Malbec argentino de buen origen. Tiene un color morado oscuro y rojo brillante que corresponde a un vino bien armonizado, con mucho cuerpo en donde, si se observa con calma, se perciben notas de café, pimienta y frutos rojos y negros”. Mantuve la calma sobre la base de la técnica y, cuando ya estaba equilibrado, otro co-hermano dijo vehemente que “el vino 3 necesitaba respirar”… Absorto, pensé que el vino era líquido. ¿Cómo y dónde respiró?

Obviamente ya torturado ante tanta información, tuve que aguantar este: “mis queridos amigos, este es el mejor, es simplemente “masticable””. ¡En ese momento, sentí una especie de desmayo!

El evento prosiguió con otro “expert” delirando: “Este Cabernet Franc necesita más madurez y el Tempranillo español está delicioso. Ahora el Tannat, con certeza, debe ser uruguayo y de la región de Pericó. A esa altura estaba más perdido que “chancho en misa” y el alto tono del discurso del grupo aumentó en relación directa al consumo de botellas, con muchos ya bastante alegres y que comenzaban a hablar en español. Para alegría general, apareció el sabroso postre que acompañamos con glamorosos Sauternes, Muscat, Tokaji o Vino Santo de cosecha tardía (con Cantucis italianos).

En resumen, mi experiencia en vinos podría ser traducida como una mezcla de ignorancia, descuido y desinterés (muchos años perdidos). En el primer encuentro no dije nada, pasé por un castellano con ganas de esconder el juego, el típico chileno pícaro y tal vez un bribón (me los bebí todos).

Al día siguiente me inscribí en un curso de vino “por correspondencia”, compré un par de libros, fui a Latam y partí rumbo a Chile, donde visité viñas, bodegas, picadas y entrevisté a mis amigos con hígados estresados. Descubrí muchas cosas de las que hablar del terruño chileno y de sus vinos producidos en fértiles tierras secas, cálidas en verano, frías en invierno y “terremoteadas” casi siempre. Todo al abrigo de la madre más ilustre: la cordillera de Los Andes.

Además, recordé que la prima de mi abuela Carmen era de un pueblo de campo llamado Peumo y que hoy los vinos Carmenères (extintos en Francia) son considerados los mejores del mundo. En los hermosos caminos llenos de vides a 100 km de Santiago, estaba Peumo, donde esperaba, con suerte, encontrar algunos familiares residuales. No encontré a nadie y sentado en un banco de la plaza, al lado del ayuntamiento, iglesia y registro civil, traté de hallar algún rostro parecido a mi abuela. Decidí ir a un bar donde encontré a un regordete, que ya bastante calibrado, me informó que, en el pueblo de Las Cabras, más allá (pa´elante), había excelentes vinos Carmenères y que debía preguntar por don Beno. Aseguró que, como no son de Peumo, como el famoso “Carmenère Carmin”, son mucho más baratos. Comimos empanadas, tomamos una caña de pipeño y me fui…

Ya de retorno a Brasil, todo orgulloso, salté a la silla favorita del anfitrión de la cofradía de turno y con una artillería preparada dije que Chile era el único país latinoamericano que producía vinos tintos de alta complejidad y calidad como los extintos Carmenères y Carignan. Además, los vinos afrutados Sauvignon Blanc, Syrah y Riesling de la costa del Pacífico, en pequeñas ciudades como Casablanca o Lo Abarca, eran incomparables. Concluí asegurando que los vinos silvestres eran innovadores e insuperables, de tal forma que correspondía brindar por estos hechos, presentando algunas botellas, y pagando a Latam por el peso extra.

Pero, para mi desgracia, no contaba con él, mi amigo (“muy amigo”), un conocido obeso que nunca se dejaba convencer con tanta facilidad, el cual se levantó y con altos decibelios exclamó: “Está todo bien, escuchamos el recado del amigo chileno, pero primero probaremos y discutiremos sobre el mejor vino portugués y tal vez del mundo, orgullo de mi bodega: ilustrísimos señores, les presento al Pêra Manca, zafra de 1957 (400 euros la botella)”. La multitud rugió fuerte, saltó, aulló durante mucho tiempo, arriba de las sillas. Para mí, fueron horas interminables y tímidamente argumenté que cómo era posible ser tan bueno con ese nombre tan ridículo.

Encantados por beber ese mosto incomparable y terminando la noche, el anfitrión anunció que en la próxima cofradía serían discutidos y analizados los siguientes temas:

i. Efecto de vinificación en el envejecimiento de vinos de barricas en formas de huevos de madera o cemento.

ii. Diferencias entre vinos orgánicos, biodinámicos y los naturales.

ii. Uso de corchos con emisión cero de carbono.

iv. Producción de vinos sin acción de la gravedad terrestre.

v. Actualización de la nueva IP (Indicación de Origen) para vinos del país.

vi. Fermentación de las vides con nanoburbujas.


En casa y relajado, me acordé de mi amigo mexicano Robertico, que una vez me dijo: “Mira, Nino, a veces perdemos y en otras, dejamos de ganar”.


Nino

Mayo de 2021

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