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El Timbre

Atualizado: 8 de set. de 2021


Dejaba la infancia y la pubertad, bien pelu´as las dos, pero ahora era un período todo a mil, la multitud dando vueltas, bajando y saltando por calles, plazas y bares. Vivía muy bien a principios de los 70, época de poesía, ilusiones, amores; éramos falsos hippies locales, todo andaba suelto y muy rápido, muchos descubrimientos diarios e intercambio de información.

Era una época de muchos cambios sociológicos, políticos y resistencia al statu quo. Se escuchaba música comprometida y de protesta contra todo lo que entendíamos por autoritarismo; se cantaba con guitarras, “charangos” y “quenas”. Aparecieron manifestaciones, huelgas, ocupación de edificios, todos queriendo mejores salarios, mayores libertades, mejorar la educación, creíamos en el amor libre y en la llegada de un “hombre nuevo”.

La “ola” de los estudiantes solía terminar los viernes en “Il Bosco”, un paraíso de bebidas y comida de periodistas nocturnos, taciturnos, bohemios y escritores estadounidenses. Nosotros, sin recursos y como moscas, mirando sin consumir nada.

Tenía todo lo suficiente y básico: estudiar en la universidad, mi barrio, el fútbol, ​​mis amigos de eternas horas de conversación, sueños y poesía suelta. Con todo esto, destacaba ante las chicas del barrio, nuestra prioridad en el despertar de la bioquímica hormonal.

¡Todo iba bien, hasta que Edith llegó al barrio y muchas cosas cambiaron! Ella era simplemente una reina perdida con una hermosa silueta, simpatía, una sonrisa abierta y muy provocativa; un abuso de la belleza sobre nosotros, con rostros invadidos de insistentes espinillas. Su sex-appeal era desconcertante, con un andar insinuante y luciendo siempre una corta minifalda. Sabía que era linda y su figura causaba una montaña de suspiros y otras cosas. Era un suceso, un completo éxito su llegada al barrio; y también un gran desafío, por lo que necesitábamos hacer algo.

Como vivía cerca de ella, tenía la ventaja de saber sus horarios y movimientos. Además, recién había entrado a la universidad y ella seguía en el colegio, punto para mí… Yo tenía una estrategia súper clara, pero mis tácticas de “discursos” persuasivos con mucha saliva, sobre las protestas callejeras universitarias, amor libre y música solidaria, no encontraron ningún eco en ella. But, caminar con Edith y sus pícaros ojos color de miel llenaban mi pecho, creyendo que eso me ponía al frente del grupo en un soñado pololeo. La invité a conocer a mis amigos del barrio y preparamos una reunión-recepción con baile, comidas frugales y piscolas. Fueron tantas las reuniones danzantes como los innumerables y frustrados intentos; nadie consiguió absolutamente nada concreto de nuestra súper Edith, a no ser un leve sentir de su cuerpo en las músicas lentas y un tibio beso de despedida en nuestras persistentes espinillas. La corte de seguidores creció junto con su popularidad entre amigos y amigas, hipnotizados todos con su belleza. ¡Maldita Edith!

Empecé a aparecer subrepticiamente en la puerta de su casa, con conversas mil sobre la importancia de mi curso universitario, la ciencia, el conocimiento, todo para impresionar a esa bendita Edith. Cuanto más hablaba, más me hundía; era un desastre completo, nada de eso le interesaba. Comencé a tocar unas melodiosas canciones con mi desafinada guitarra que me regaló mi tía Sara y, cuando sentía que ganaba algunos puntos, la voz distante de su madre ponía fin a mis infructuosas tentativas.

Un día inventé cambiar el timbre de su casa, ya que el que tenía insistía en no funcionar. Era antiguo, tal vez cansado. Analicé las alternativas, los costos, la facilidad de montaje y compré el sistema, robándole unos “mangos” a mi madre. El día que fui a colocar el famoso, luciente y moderno timbre no estaba la bella Edith y sí, su madre, aquella de la voz de las noches que acababa con mis infructuosas conversaciones.

¡Sorpresa! Era como proyectar a su hija, en una interesante versión futura, con el mismo potencial de provocar suspiros en su caminar. Para la alegría de este iniciante, ella era completamente desinhibida, insinuante y directa; leía mi mente e inmediatamente supe que el tiempo pasaba mucho más rápido para ella. Recuerdo que estaba sudando sacando los malditos cables, buscando el de tierra y confundiendo voltios con amperios. Ella sostuvo la escalera y me dejó ver las innumerables ofertas de su silueta, que crecían cuando bajaba los interminables escalones. ¡Parecía una mezcla de provocantes mini-montañas con una amenaza de un tsunami!

Después de llevar varios choques eléctricos y concluida la instalación, la simpática vecina me ofreció un café y al regresar me encontré con que se había cambiado de ropa, luciendo provocantes y ligeras ropas. Entendí que la cosa ahora se ponía seria y que era una clara invitación de una Edith madura y resuelta, algo que esperaba de su hija, pero la casa ofrecía otra alternativa en ese momento. Sentí la temperatura subir y enfrenté la situación como si fuera algo normal para mí, un sujeto con cierta experiencia horizontal. Me asusté porque algo me advertía que sería literalmente devorado en una cuestión de minutos; no supe si el café tenía azúcar y fui a la batalla. No fue diferente, se trataba de una mujer felina con mucha experiencia y proteínas de alta calidad; montañas de protuberancias, una jugosa y gruesa boca, con piernas que no terminaban nunca, y que jamás había visto…

¡Por favor, alguien que toque el timbre nuevo y me saquen de aquí!


Nino

Junio de 2021

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